OPINIÓN¿Será posible que ahora, en una conversión contraria a la de Ronald Reagan, Santos se haya vuelto “socialmente progresista”? No parece.
En la revista de antiguos alumnos de Kansas University, donde Juan Manuel Santos estudió Economía y Administración de Empresas y de cuya camiseta deportiva calcó el diseño de la ‘U’ para su Partido de la U, publica el periodista Tyler Bridges un largo artículo sobre nuestro actual presidente (reproducido por El Nuevo Siglo). Se titula ‘La mano de póker’, y empieza con anécdotas sobre las timbas nocturnas que armaba Santos con sus amigos en la Universidad. Cuenta Bridges que, mientras sus compinches se iban a dormir, Santos “salía disparado para la biblioteca a clavarse en Economía y Finanzas Avanzadas”. Luego cita al Santos de hoy:
–Yo quiero ser socialmente progresista porque eso es lo que necesita este país en este momento.
Y añade que su modelo de “traidor de clase” es Franklin Delano Roosevelt, el presidente norteamericano que con el ‘New Deal’ (que suele traducirse como ‘nuevo trato’ pero significa más exactamente ‘nueva mano’ en el reparto de las cartas del póker), y con la ayuda de la Segunda Guerra Mundial sacó a los Estados Unidos de la Gran Depresión de los años treinta. Y sentó las bases sociales de la inmensa prosperidad colectiva de las dos décadas siguientes, tan grande que permitió incluso la ayuda a la reconstrucción de Europa con el Plan Marshall de Truman y el establecimiento en ambos continentes del “estado de bienestar” que duró más de treinta años. Un “welfare state” hoy desmantelado, desde los ochenta, por los neoliberales, que en nombre de la doctrina aplastaron la realidad. Treinta años de neoliberalismo triunfante bastan para mostrar un fracaso. Treinta años de fe ciega en la sabiduría sonámbula del mercado condujeron a la nueva gran depresión de 2008 con su secuela de quiebras de poderosos bancos, cierre de grandes industrias, ruina de países enteros, desempleo galopante y ensanchamiento de la gran brecha entre ricos y pobres: enriquecimiento de los más ricos, de los muy muy ricos, y el empobrecimiento de todos los demás: personas, empresas o naciones. Con el consiguiente estallido de descontento social, desde Manchester hasta Valparaíso, pasando por la plaza Syntagma de Atenas y la Puerta del Sol de Madrid.
Pero “solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”, dijo Santos durante su campaña. Hablaba entonces de otra cosa, pero es posible que se haya dado cuenta de que con la bancarrota evidente del neoliberalismo real han cambiado las circunstancias. Santos lleva media vida de neoliberal creyente y practicante, tanto desde la prensa como desde la política: ministro de Comercio Exterior durante la apertura de Gaviria, ministro de Hacienda de Pastrana que sometió a Colombia a un durísimo “programa de ajuste” neoliberal del FMI que la hundió en el peor estancamiento del siglo XX, ministro de Defensa que, bajo Uribe, llevó el gasto militar hasta un 6 por ciento del PIB (y hay que tener en cuenta que los gastos de guerra aquí, a diferencia de los de la Guerra Mundial para Roosevelt, no son inversiones productivas). ¿Será posible que ahora, en una conversión contraria a la de Ronald Reagan, que de “newdealer” se convirtió en neoliberal, Santos se haya vuelto de veras “socialmente progresista”?
No parece, si se lo juzga por sus actos y no por sus palabras. No basta con denunciar la corrupción en la inversión pública: fue con esa inversión con la que el ‘New Deal’ de Roosevelt empezó a rescatar la hundida economía. Y en un año ya, no se ha visto mucho avance de las cinco “locomotoras de la prosperidad”. La de la infraestructura no se ha movido un ápice: solo la semana pasada empezaron a llegar motobombas para desaguar las regiones inundadas desde hace un año por el invierno. La segunda, la de la educación, no puede ser más neoliberal en su concepto: privatizarla y comercializarla (como ha sucedido con la salud desde la funesta Ley 100 de Uribe, con catastróficas consecuencias). La tercera locomotora, que era (¿o es?) la de la ciencia y la tecnología, no parece echar mucho humo. La cuarta iba a ser la agricultura. Excluyamos del asunto la ley de restitución de las tierras campesinas expoliadas, digna de todo aplauso, pero que no tiene nada que ver con la economía, sino con la más elemental justicia: se trata de remediar atracos. En cuanto al resto, la política agraria del gobierno de Santos sigue el “modelo de Carimagua” de explotación agroindustrial latifundista, a la brasileña: la tierra es para los ricos. La quinta locomotora, conformada por el petróleo y la gran minería, hereda de los años de Uribe dos graves lastres: los miles de licencias de explotación regaladas a troche y moche en regiones protegidas y parques naturales, y las garantías de estabilidad fiscal dadas a las multinacionales mineras, que pagan las regalías más bajas del mundo.
Como dijo hace ocho días Salomón Kalmanovitz en esta misma revista, en lo económico Santos le está cuidando a Uribe sus huevitos. Enriquecer a los ricos y feriar el país. Es la política económica del Patriarca de García Márquez, que les regaló su mar territorial a los Estados Unidos. Se lo llevaron en cajas numeradas, y quedaron solo unos charcos en los que unos cuantos peces daban saltos de agonía.
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